¿Por qué cooperamos?
Para responder a esta pregunta, quizás convenga, en primer lugar, reflexionar sobre lo siguiente ¿Qué es la cooperación? La cooperación es un concepto (y una realidad) que cubre muchos aspectos. En cuanto a su definición, cooperar significa coordinar comportamientos de actores independientes de forma que se beneficien mutuamente. Se contrapone a la insolación, el conflicto y la competición. La cooperación se da a distintos niveles; el entorno familiar, local, regional, nacional e internacional. A su vez, se puede cooperar en distintas áreas.
Fisios Mundi coopera en el campo de la fisioterapia. Lo hace a través del intercambio de conocimientos y de capacidades, ya sea en el territorio nacional como internacional. Nuestros proyectos de cooperación están pensados con el objetivo de hacer llegar la fisioterapia a todos y todas. Por este motivo, centramos nuestros proyectos en colectivos en situación de vulnerabilidad. La organización está integrada por voluntarios y voluntarias que están convencidas de los beneficios que aporta la cooperación a todas las personas implicadas en los proyectos de cooperación; ya sean los impulsores de los proyectos, los voluntarios, las contrapartes o las personas beneficiarias de los proyectos.
Pero, ¿y cómo cooperamos?
Cooperar supone, por un lado, intercambio. Intercambio de ideas, conocimientos, experiencias, etc. Por otro lado, implica una serie de interacciones sociales. Entre ellas, destacan los lazos emocionales y las relaciones de confianza que se generan en el proceso de cooperación. Además, a lo largo del proceso, se establecen dinámicas y relaciones de poder que no conviene ignorar. Estas dinámicas de poder están marcadas por la desigualdad y/o, diferencia (entendida como diversidad, pero también como elemento que genera distanciamiento) de conocimiento, la diferencia derivada de la diversidad cultural, o las mismas actitudes y comportamientos de las personas que cooperan. Un ejemplo de estas dinámicas de poder son las acciones bien intencionadas. Es muy común, entre voluntarios y profesionales de la cooperación, llevar a cabo acciones fundamentadas, meramente, en la intención de ayudar, sin valorar las repercusiones y el impacto que generan nuestras acciones en la vida de esas personas a las que queremos ayudar. La práctica de la cooperación, aunque sea buen intencionada, ha derivado, en muchas ocasiones, en actuaciones dañinas.
Creemos que, para que todos y todas reciban los beneficios de la cooperación, es necesario dejar atrás el complejo del salvador, esa la tendencia arrogante de ayudar porque creemos que se necesita nuestra ayuda, aun cuando ni siquiera nos hayan llamado. Este paternalismo solo alimenta las diferencias entre las personas, y perpetua unas dinámicas de poder desiguales, intrínsecas en las relaciones entre personas que pertenecen a contextos culturales distintos y complejos.
En esta misma línea, también es importante tener en cuenta que las personas cargamos una mochila cultural repleta de formas de pensar, imaginar e interpretar nuestra realidad. A la hora de realizar cooperación internacional, esa mochila se hace muy pesada y conviene dejarla en el aeropuerto. De esta forma, podremos llevar a cabo una práctica libre de cargas culturales que limiten nuestra experiencia cooperativa y de aprendizaje; tanto profesional como personal. Conviene, además, des-aprender. Des-aprender para poder aprender. Los antropólogos/as lo denominan “transformación de la consciencia”. Esta nos permite dejar espacio a nuevas formas de hacer y de entender ajenas a nuestras lógicas ontológicas y epistemológicas.
En definitiva, una cooperación que contribuya al pleno desarrollo de las personas acorde con sus necesidades, intereses, anhelos y valores, implica colaborar, co-construir, co-generar conocimiento, co-innovar, co-aprender, co-evolucionar, co-improvisar, adaptación. Implica, en conclusión, conocer mejor para poder hacer mejor.